Temprano a la mañana, fui a la cafetería de siempre, llevando conmigo un cuaderno de notas, para hacer un artículo sobre el “Expreso”, al que me habitué desde hace bastante tiempo.
Al llegar a la entrada, el olor a café, era definitivamente tentador y embriagante. Entré, elegí una mesa, me senté y le hice señas a la camarera.
— Buenos días, señor, que le sirvo.
— Lo de siempre, ¡Ah!, Con facturas.
— Un expreso con facturas. -Dijo para asegurarse.
— Exacto.
Se alejó y luego de un rato regreso con la bandeja y mientras ponía lo pedido sobre la mesa...
— Que disfrute su desayuno, señor.
— Muy amable, por cierto, que tenga un buen día, le dije.
— Gracias. -me respondió y se dispuso a marcharse.
— ¡Espere! -Le dije. -No se vaya todavía, quisiera preguntarle algo.
— ¿Sí? -Contestó algo desorientada.
— Me preguntaba si Usted, me podría dar unos consejos para obtener un buen expreso, como este.
— Como no, a ver, primero tiene que moler los granos de café. Tiene que encontrar el punto justo. Como se lo explico, si sale muy grueso va a tener conseguir un café aguado, si el molido es muy fino, sabrá amargo y quemado. Lo sabrá con la práctica, Yo me guío por la crema, la cubierta dorada de la superficie del expreso, su presencia me indica si los aceites se han extraído bien. Segundo, tiene que compactar bien el café en la porta filtro y obtener un lecho de café uniforme. Y tercero, señala tocándose uno de los tres dedos con los que iba dando énfasis a los puntos principales, el tiempo, no deje pasar más de 30 segundos; Apenas empieza a clarear, pues además de adquirir sabor amargo, agrega más cafeína. ¿Qué más quiere saber? Me dijo, confiada en su pericia.
— ¡Con razón aquí se sirve el mejor expreso!
— Y eso que no le dije que ni se le ocurra guardar el café en la heladera porque pierde el aroma y absorbe humedad. Me falto decirle que debe comprar poco café, pues el café tostado empieza a perder su aroma a la semana, el café molido a la hora y su taza de café a escasos minutos, por eso muela el café antes de prepararlo solamente. No le mencione que guarde su café en un lugar fresco y oscuro. Dijo rápidamente, sin un suspiro y de repente se calló.
— Maravilloso. -le dije. -Ya puedo hacerme un expreso.
— Todavía no, ¿o ya compro una cafetera casera? -Me disparo, perspicaz.
— No. -confesé, dándole la razón.
— Y si lo hiciera, lo mismo tendrá que venir aquí o ¿cree que la experiencia no cuenta?
— Claro. -combine. -Claro, es muy cierto lo que dice.
— Entonces lo espero mañana, la semana que viene y el mes que sigue. -Enfatizó riéndose.
— Me parece justo. -le respondí sonriendo, mientras bebí un sorbo de mi expreso.
— ¿Algo más?
— No, gracias...
Mientras tomaba el café, escribí en mi cuaderno el bosquejo sobre este relato. Pague la cuenta y me fui..
// Nota del editor: Al parecer, el autor, se ha fijado en la camarera, aunque en el relato no lo exterioriza.
Ha trascendido de que es rubia, blanca como la nieve, de ojos claros y labios fatalmente rojos. Que ni que hablar de su sonrisa que todo cliente sabe apreciar.
El autor parece que deliberadamente ha omitido estos importantes detalles, temiendo quizás, que explayándose, dejara al descubierto sus exageradas atenciones...
Fuentes: