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lunes, 8 de agosto de 2011

El mar de los perdidos

El vaso quedo haciendo equilibrio en el borde de la mesa...
  • Prefiero no hablar. Hace mucho tiempo que las cosas que pasan en este mundo, me asquean.
  • No sabía lo de... Tú ya sabes. No pensé que te molestara. A veces uno no sabe qué decir en estos casos.
  • No digas nada. Déjalo correr... Y dime. ¿Cómo están los de la barra?.
  • Los amigos bien. Hugo se compró un auto, Darío sigue con sus análisis, Franco reniega como siempre y el ñato esta de novio.
  • Como siempre... Quieres otro.
  • No... Y tú ya tomaste demasiado.
  • Por favor, no me vengas con estupideces.
  • ¿Por qué caminas siempre por el filo de la navaja?, se te ha hecho costumbre.
  • Vamos hombre, que me dices. Porque no te ves tú, hueles a velorio y aquí estás queriendo salvarme... Los amigos... Los felices optimistas.
  • Estamos preocupados.
  • Pero de que estás hablando. Tengo facha de débil. Hace tiempo que me he dado cuenta de que este día es malo, el que viene peor y el porvenir la nada. No viejo, a mí no me convence nadie. Esta vida es una mierda. Con mi propio ojo lo vi y hacia unas horas que estuve charlando... No aprendes nada no.
    El vaso se tambaleó y quise evitar que cayera...
  • Déjalo caer, es un simple vaso...
  • Bueno, mejor me voy. Saludo a los amigos.
Miré a mi alrededor antes de salir. El vaso rodó con pasos inseguros hasta una pared. No podía dejar de sentir tristeza por mi amigo. Sabía que no podía hacer nada y sabía ahora más que nunca, que para nuestro martirio, la vida nos pone como espectadores de desgracias sin que podamos hacer nada. Y entonces comprendí los sollozos de maría cuando se le fue su pepe, y … Algo de razón tiene. La vida es una mierda...
Llegué a mi hogar. En la penumbra y en el silencio habían quedado los restos de una reunión sobre la mesa, ya sabe, botellas, colillas y cosas por el estilo desde hacía dos días, cuando, reunidos, me habían contado sobre la situación por la que pasaba el amigo. “Se ha abandonado” “a vos te va a escuchar”. No sé por qué la gente cree que tengo las respuestas... No las tengo. ¿Quién las tiene?. Aparté un sándwich rancio. Levanté una botella y con sorpresa vi el reflejo de mi rostro. Era un rostro triste, surcado por sombras. Me acerqué a la ventana y el reflejo se hizo aún más intenso. En el fondo se podía percibir un pequeño vestigio de una bebida amarillenta. “No me atraparás” reflexioné y con todas mis fuerzas arrojé contra la pared aquel mar, aquel mar dónde se ahogan los perdidos.
El vaso se había desbordado y yo no sé por qué me había salvado...
Por Pablo Félix Jiménez


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