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viernes, 29 de julio de 2011

La dicha de evocarle

No fue enemigo, no fue desagradable, no fue desleal, no fue una personilla insignificante. Fue una bendición...
No hizo una lista larga de reproche, no enumero faltas y tampoco colecciono rencillas. Disimulo el reproche para dar lugar al nacimiento del perdón.
Amó y es amado...
Ese es mi hermano menor, el amado, aquel que nos vuelve a la memoria de cuando en cuando. Como diciendo: Disculpa si con el recuerdo te hago sufrir, pero verdad que fuimos felices. Yo, como monologando, que tengo la dicha de recordarlo, que en su ausencia aprendí cuanto dependíamos de su presencia... Al contrario, necesito de tus recuerdos, quizás entre nosotros, hagamos fuerza y torzamos los oscuros tentáculos del olvido. Tras un guiño que entiende, Le hacemos un nudo al destino...
Se desencadenan los recuerdos, entre el traqueteo del día. Se presentan mientras trabajo, mientras sueño despierto o en una de esas chispas de alegría que quiero compartir. Se cuelan en el caminar, en el cambio que recibo en la caja del supermercado. Fue un domingo, caminamos para hacer compras; yo te acompañaba contra todo pronóstico, y allí estabas recibiendo el cambio. Las monedas cayeron una a una en tu mano extendida, mientras retenía yo en la memoria tus manos, esas con la que tantas veces nos abrazamos y nos saludamos y con la que nos dijimos adiós aquella tarde...
Aquella despedida la última de tantas. En aquella terminal de la que partimos y partieron parientes y amigos tantas veces. Esa que nos vio desvelados a la espera del regreso o buscando entre la multitud aquel rostro conocido. Aquella que tantas veces te vio partir hacia Córdoba donde estudiabas cine. Esa que fue testigo de ese regreso tan especial a tu querida Catamarca, porque regresaste para quedarte, porque apostaste por tu querida provincia y sembraste con tu joven talento en tierra fértil. Y estaba junto a su mujer y su hijo recién nacido. Lo miraba desde aquel colectivo sin sospechar nada, ajeno a su partida. De saberlo...
A veces no estaba en Catamarca, a veces simplemente era yo el que no estaba, a veces no coincidieron nuestros tiempos como tampoco coincidían nuestros años. A veces no nos dijimos nada, a veces no sabía que hacía como tampoco supe de sus cosas. Pero bastaba un solo encuentro para saber de nuestras vicisitudes y sobre todo para sopesar acerca del paso de los años, del tiempo que como el agua se va entre los dedos. Y ¡mierda! Se lleva irremediablemente esos momentos en los que nos hubiera gustado estar compartiendo. Como cuando compartimos jugar a lanzar cohetes en el aire o cuando le leía cuentos de ciencia ficción, o cuando alrededor de la mesa del desayuno platicábamos en familia, o cuando me mostraba una foto, imágenes, recuerdos...
Las veredas de Catamarca, Catamarca, tus calles, tu trajinar diario. ¿Qué sentiré a mi regreso? … A la distancia solía imaginarlo en algún lugar particular... me decía “seguro que estará allí o allá...” “Seguro que está editando un corto” o “a esta hora debe de estar merendando en casa con mamá, papá y nuestra hermana” “¿Sabrán que estoy pensando en ellos en este momento?” Estaba tranquilo pensando que todo estaba bien... Más... Saber que su ausencia lo torna inalcanzable, como esa sonrisa que nos debemos, me enajena...
¿Verdad que fuimos felices? ¿Verdad que no estamos solos? ¿Verdad que el tiempo todo lo cura? ¿Verdad que en nuestras ausencias estuvimos empero en el pensamiento, como un presentimiento, en nuestras charlas? ¿Verdad que siempre te tuve? Yo creo que si, yo pienso todo eso y más. Como cuando en este atardecer de un mañana se me da por evocarte, en esos rizos que las nubes dibujan, a capricho, sin sentido, pero, que verdad encierra ese anaranjado cielo desangrado, abatido y descansado. Nos invita a dejarnos dormir, y mañana, y solo mañana, quizás, estarás aquí de nuevo como ayer como siempre...

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