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miércoles, 16 de febrero de 2011

Un año de elecciones

Dicen que hablar de religión o política es meterse en un berenjenal. Yo creo que no hacerlo es pecar contra la democracia. Escuchar y ser escuchados, hablar y dar la palabra, tolerar y ser tolerado, disentir, discutir con cara amable, nos eleva al mundo de las ideas. Eso de meterse en un berenjenal solo puede ser fruto de una sociedad que a extraviado la capacidad de discutir y debatir de manera racional. ¿Quién es dueño de la verdad?
- Los medios de comunicación – dijo alguien de pasada.
-Las propagandas – acotó una mujer que pasaba rumbo a la Universidad.
El marketing pensé entonces. ¿Puede el marketing condicionar el pensamiento de las masas (aquí “masa” no tiene una connotación culinaria, sino la de “muchísima gente”, je je ja ja ja)? Umm, ¿Dónde está el libre albedrío, la cara democracia? Oh, Será que el libre albedrío está en los que amasan a las masas (aquí “masa” recobra el sentido habitual, con una pizca de alfarería, de moldear). Pues difícilmente podemos imaginar a un solo aspirante al poder. Imaginamos, en cambio, que muchos aspiran a tener el honor de guiarnos hacia un venturoso futuro colectivo. El único problema que me inquieta pensar, es figurarme que quizás todos comparten las mismas ideas, como si fueran moldeados, amasados por un mismo par de manos, Disputándose el cargo.
Ah, y ¿cómo se haría las elecciones en ese imaginario país? ¿Se votaría a las caras? ¿A la estampa?, permitan que me ría de risa: JA JA JA JE JE JE HO JA JA JE. En ese imaginario país los candidatos tirarían a los dados y se repartirían las consignas al modo: a vos te toca hacer de derecha (y este repitió para sí, para no olvidarse: libre comercio, libre comercio, comercio, comercio), a ti de izquierda (y él haciendo cara revolucionaria, se decía para no delatarse: plusvalía, plusvalía, plusvalía), desgraciadamente a él le toco ni chicha ni limonada (en ese preciso momento su rostro adquirió un aire moralizador y pensaba en su discurso grave: las instituciones, las instituciones, las instituciones), pero este sí que tuvo suerte, este sí que tiene tarro, este sí que tiene ojete, a este le ha tocado el discurso de pensar con la panza...
No sabemos que pensaba este suertero. Solo se sabe que después de dar un saltito de festejo, corrió a buscar una alcancía donde tenía algunos vueltos en monedas de pequeña denominación, para repartir en la campaña.

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